Las enfermedades también son emocionales

¿Han escuchado que muchas enfermedades físicas son producto de desordenes emocionales? En el caso de los niños suceden por el mismo motivo, aunque la diferencia es que los responsables de estas manifestaciones somos nosotros, los adultos.

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Nuestra influencia y el cómo les enseñamos a enfrentar la vida con sus problemas, se transforman en factores clave para su salud. Incluso, hasta cierta edad, los niños son considerados como órganos de los padres: todo lo que los padres sienten y piensan, se manifiesta de una u otra forma en la vida de sus hijos.

Un síntoma o una enfermedad es un llamado de atención. Nos están avisando que algo mal está pasando.

Aquí un listado de las causas más típicas de los niños, para que analicen qué pueden cambiar en su entorno.

Adenoides: Por lo general, el niño que las padece, tiene una sensibilidad que le permite sentir intensamente los acontecimientos antes de que ocurran. Muy a menudo, de una manera consciente o no, siente esos sucesos antes que las personas interesadas o involucradas.

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La obstrucción nasal representa las ideas o las emociones que el niño se guarda, por miedo a no ser comprendido. Este niño cree que está de más, o que no es bienvenido. Incluso cree que es la causa de los problemas de su entorno.

Para poder mejorarse hay que reflexionar sobre: Enseñar al niño a decir lo que siente y piensa de sí mismo, y de lo que pasa a su alrededor. Los padres, por su parte, deben dejar en claro que el niño no es el culpable de las cosas que suceden entre ellos y de lo felices que están por tenerlo como hijo.

Aftas: Aparecen cuando la persona es muy sensible a su entorno. Sufre silenciosamente con la boca cerrada. No consigue expresarse, decir lo que piensa o incluso en reaccionar, porque no cree tener el poder de hacerlo. El niño siente que vive situaciones injustas.

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Para solucionar el problema debes enseñarle a tu hijo a expresarse abierta y tranquilamente, sin miedo.

Asma infantil: Se le da el nombre de “El grito silencioso”, ya que es un signo de que estamos experimentando una presión exterior importante y no sabemos cómo manejar esa situación.

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Las angustias maternas excesivas, las atmósferas familiares asfixiantes, pueden ser vividas por un niño como una agresión, ya que por un lado necesita protección (amor y presencia), y por otro lado aire, espacio para no sentirse asfixiado.

Para sanarse, hay que cambiar la manera de relacionarse con el mundo exterior, tomar conciencia y ser sincero consigo mismo. Cuando una persona ha reconocido sus temores, debe acostumbrarse a no evitar las causas del miedo sino a afrontarlas hasta poder quererlas y asumirlas.

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Pon atención al comportamiento de tus hijos, intenta conocerlos bien y conversar de sus sentimientos, y podrás detectar cualquier anormalidad tempranamente, para buscarle una solución adecuada.

@Pipochos

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