La muerte de un hijo deja una huella de dolor que por siempre estará en el corazón de sus padres. Una parte de ellos se va junto a su hijo, mientras que el futuro cambia para siempre.
No sólo pierden su presencia física sino también todos los sueños, proyectos y expectativas que tenían en mente, desde antes que naciera.
Es que esta muerte va en contra del orden natural de la vida. Los padres se cuestionan si la vida tendrá algún sentido mientras se preguntan: “¿Cómo voy a hacer para sobrevivir al dolor de su ausencia?”. El enojo se apodera de ellos como un huracán que desea arrasar con todo lo que encuentra a su paso, entonces Dios, los médicos, su pareja e inclusive ellos mismos, se convierten en blanco de ataques, por no haber podido evitado esta muerte.
Por supuesto, cada padre afrontará este duelo de manera absolutamente personal, dependiendo de su historia familiar, experiencias previas de duelo y el vínculo que lo unía a su hijo.
Desde que somos pequeños jugamos y fantaseamos con la idea de ser padres. Sin embargo, sólo cuando llega un hijo a nuestra vida es que comprendemos el amor profundo que nos unirá por siempre a nuestro niño. Más allá de cualquier distancia, tiempo o adversidad, se construye un vínculo que transforma de un modo irreversible ese mundo en el que te encontrabas hasta ahora.
Durante los primeros días y semanas de duelo, es frecuente que sientas una gran desorientación respecto a esta nueva realidad.
Inclusive, durante los primeros meses, es posible que tengas alucinaciones auditivas, olfativas o visuales, en las que puedes sentir el aroma del perfume de tu hijo, escuchar su voz o verlo en la calle o en la casa.
Es importante señalar que todas estas reacciones son absolutamente normales, durante este proceso de duelo.
Sin embargo, a medida que se trabaja el dolor, los padres deben ir notando leves pero importantes mejorías, en las que estas reacciones se van atenuando lentamente.
Por supuesto, esto no significa que el dolor desaparecerá sino que, poco a poco, las emociones se van haciendo menos intensas.
Recuerda que no hay fechas ni plazos para el duelo, habrá días de mayor calma y otros de mayor tristeza. Habrá eventos familiares y acontecimientos importantes en tu vida, en los que te gustaría que tu hijo estuviera presente, pudiendo desencadenar el sufrimiento, aún muchos años después.
Esto no es un retroceso en tu duelo, es una reacción absolutamente normal, por lo que debes permitirte expresar las emociones que surjan y así trabajar tu duelo.